Acabamos de aterrizar. Hace calor. No obstante una ilusión nos refresca. Un nuevo continente. Una nueva cultura. Fauna. Flora. Nos esperan unos días de viaje por delante. Un camión y camino, mucho camino por delante. Incertidumbre. Nada de expectativas. Las expectativas arruinan el camino aguardando la llegada a la meta. La meta no es la meta. La meta es cada segundo, cada nueva instantánea, cada nuevo paisaje con cada baño de luz diferente, cada nuevo animal, cada nueva manada, cada nuevo horizonte con cada nuevo amanecer y cada nuevo atardecer. Todos y cada uno de los momentos son eso, momentos. Se marcharán para no volver. De ahí nuestra meta. Cada momento. Ese es el propósito.
Subidos al camión alzamos las telas para mirar. Miramos con ojos curiosos. Las carreteras, los poblados, sus gentes… captan toda nuestra atención. África te regala saludos y sonrisas desde tu llegada. Sobre todo de niños y niñas que viven la ilusión. Y es que al crecer, ellos, al igual que nosotros, la perdemos probablemente, y es que esto es tan solo una intuición. La pierden, la perdemos, porque nuestra cultura nos dice cómo hemos de mirar, cómo hemos de comportarnos y cómo hemos de pensar. Vamos. Sin prejuicios, de viaje, buscando el contacto. Humildad. Saludos y sonrisas, como niños y niñas, con ilusión ante lo desconocido y ante cada nuevo paso, nueva persona, nueva instantánea… Solazarse.
No sabemos donde vamos, nos dejamos llevar. Llegamos, hoy, a las afueras de Mto Wa Mbu, en Tanzania. Montamos nuestro campamento sobre la hierba, bajo los árboles. Cenamos a la luz de las estrellas y la luna. En compañía de ilusión y en otros casos pretensiones. Obviemos estas últimas, no caben en nuestras mochilas.
Amanece con el trino de algunos pájaros. Unos monos corretean ante nosotros. El desayuno está listo y unas bicicletas nos esperan para pedalearlas al encuentro de las gentes. Nos dirigimos a través de la tierra, entre termiteros obra del Norman Foster de las termitas. Cada pedalada es una brisa de aire fresco. A cada avance nuevos niños y niñas salen a nuestro paso con una sonrisa tan grande que a veces no les cabe en sus preciosos rostros y con un único objetivo: contacto. Nos tienden la mano gritando: ¡Jambo! Tendemos las manos sin apenas poder pronunciar palabra. Su sonrisa es altamente contagiosa, y este es el primer gran peligro que nos depara África, en este caso Tanzania y sus gentes. Sonrisas. Tras saludos y sonrisas, a lo lejos, divisamos un poblado Masai. Llegamos hasta él y nos detenemos. Nos acercamos a la escuela, están reparando el tejado con paja, sus paredes, de caca de vaca y barro y algo de madera, como las del resto de sus casas, parecen fuertes. Dentro nos miran atónitos. Sonrientes. De cuclillas, ante ellos, nos enseñan sus cuadernos, nos dejan escribir en ellos, nos tienden la mano y nos preguntan nuestro nombre, ellos nos dan el suyo, y sus manos, nuevamente. Contacto. Salimos de la escuela y nos acercamos a sus casas, nos hablan de su cultura, llena de tradiciones y de sabiduría. Hacen fuego ante nosotros, con un machete y un par de trozos de madera, en menos de 5 minutos nace una llama. Trabajan juntos. Sonríen. Bailan. Hombre y mujeres, todos juntos. Con sus túnicas, sus sandalias, sus palos, sus collares y pulseras. Cantan al unísono. Los hombres saltan, las mujeres, de la mano, mecen sus collares sobre sus pechos. Nos invitan a todas y cada una de sus manifestaciones. Es bonito tomar parte. Entramos en sus casas y compramos su artesanía. Es hora de irse.
De nuevo en nuestras bicicletas, saludos y sonrisas. Junto a la carretera llegamos a una caseta de artesanía mozambiqueña. Trabajan la madera a pies y manos desnudas. Es admirable su trabajo y por supuesto su obra, que plasma la cultura africana desde las tradiciones mozambiqueñas propias de la tribu a la que representan estos artesanos como las tanzanas propias de las culturas que pueblan el país que les ha acogido.
De vuelta al campamento visitamos arrozales, y posteriormente bananeros. Esta tierra es rica, muy rica. Sus cosechas son amplias y las trabajan sin cese y con profundo orden y respeto.
Volvemos junto al camión, nos damos un baño, comemos y es hora de irse. Subimos al camión para dirigirnos al cráter del Ngorongoro, allí haremos noche, al borde del cráter, para al día siguiente bajar a la caldera para encontrarnos con la fauna salvaje. Disfrutemos del camino, alcemos las telas del camión y miremos, el paisaje cambia a cada metro, qué tierra, que placer… aún nos queda viaje, esto no ha hecho más que empezar.
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PD: Sí, para los «prejuicieros», de nuestra visita, un altísimo porcentaje de las gentes esperan dinero, por la gloria y gracia de nuestra sociedad occidental es lo que mueve el mundo y de ello les hemos contagiado. Y sí, quizá cuando nos marchemos, los Masai, se enfunden unos vaqueros, la camiseta de algún equipo de la Premier League y se vayan a tomar unas cervezas al pueblo y a hablar de la panda de turistas blancos a los que han «engañado» hoy. Pero repito, esta no es una historia para «prejuicieros», es una historia para soñadores, ilusionados e ilusionadas observadores y «solazadores», de ahí que aquí deje mi única reflexión para vosotros y vosotras, por si pensais en leer una historia llena de prejuicios. Dejad de hacerlo, no os molesteis, esto no está escrito para vosotros ni vosotras ya que esta no es vuestra historia, la vuestra tendría pocas líneas y por supuesto sentimientos muy alejados de los que me ha producido este viaje.
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Continuará…